A mis lectores

Agradezco los mensajes de apoyo y las felicitaciones por el blog. También deseo expresar mi satisfacción por saber que a muchos de ustedes les gustan los temas científicos. Los invito a compartir los comentarios con mis otros lectores a los efectos de mantenernos informados e ir mejorando el medio de divulgación.

lunes, 29 de octubre de 2012

 
 
 
Isla Negra se ubica entre la zona de Punta de Tralca, por el norte y el popular balneario de El Tabo por el sur. Tiene una pequeña playa en que las rocas son parte esencial del paisaje, igual que las antiguas coníferas que llegan al límite de las arenas costeras.

 
La casa de Pablo Neruda te atrapa por la originalidad y su fantástico estilo. La casa no deja de sorprender desde la entrada. Millones de objetos producen una alteración atencional sorprendente: mascarones, implementos marineros, fósiles, botellas, barquitos embotellados, pinturas de artistas famosos, y libros, muchos libros. Herencia de su vida vagabunda, bohemia y viajera. Regalos de sus múltiples amistades que visitaban la casa y que aprovechaban la amistad del mejor anfitrión.

Una frase de Pablo Neruda resume lo expuesto y lo vivido al ingresar a su mundo: “En mi casa he reunido juguetes pequeños y grandes, sin los cuales no podría vivir. El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta.”

Les trascribo una de las poesías que más me han gustado de Neruda:

JARDÍN DE INVIERNO

Llega el invierno. Espléndido dictado
me dan las lentas hojas
vestidas de silencio y amarillo.

Soy un libro de nieve,
una espaciosa mano, una pradera,
un círculo que espera,
pertenezco a la tierra y a su invierno.

Creció el rumor del mundo en el follaje,
ardió después el trigo constelado
por flores rojas como quemaduras,
luego llegó el otoño a establecer
la escritura del vino:
todo pasó, fue cielo pasajero
la copa del estío,
y se apagó la nube navegante.

Yo esperé en el balcón tan enlutado,
como ayer con las yedras de mi infancia,
que la tierra extendiera
sus alas en mi amor deshabitado.

Yo supe que la rosa caería
y el hueso del durazno transitorio
volvería a dormir y a germinar:
y me embriagué con la copa del aire
hasta que todo el mar se hizo nocturno
y el arrebol se convirtió en ceniza.

La tierra vive ahora
tranquilizando su interrogatorio,
extendida la piel de su silencio.

Yo vuelvo a ser ahora
el taciturno que llegó de lejos
envuelto en lluvia fría y en campanas:
debo a la muerte pura de la tierra
la voluntad de mis germinaciones.